Los nacionalismos son el cáncer de Europa desde hace siglo y pico, por lo menos. O sea, no son la sal de nada, sino precisamente la expresión de la cultura recelosa, la religión racial, la lengua aislante, el escapismo político y la propiedad del futuro.
Lo irónico es que el nacionalismo de izquierdas en el primer mundo es un fenómeno casi exclusivamente español.
Humildemente: al nacionalismo ni agua.